Visitamos
Tula de Allende como punto de partida a la búsqueda que en este momento nos
ocupa. La antigua ciudad de Tollan-Xicocotitlán fundada hacia el 900 d.c., fue el centro de la cultura Tolteca y quizás el Tlahuizcalpantecuhtli
sea el edificio más llamativo por los cuatro Atlantes, llamados así por la
deidad Atlatona —“la que brilla en el agua”—, situados en la explanada de la
cúspide.
Los llamados Atlantes son la representación simbólica, de
4.5 metros de altura, del real guerrero tolteca y al parecer funcionaron como
pilastras del techo superior del edificio. Las cuatro secciones que los forman
están ensambladas a través de la técnica de caja y espiga. Las cabezas se
coronan con un tocado de plumas, portan un pectoral en forma de mariposa, el
atlatl, el cuchillo de pedernal y los dardos. El la parte baja de la espalda ostentan
un disco con un binario serpentino y un rostro en el centro. Las dos esculturas
centrales son auténticas, las laterales son réplicas de las que se encuentran
en museos.
Las pilastras ubicadas detrás de
cada uno de los guerreros muestran representaciones al parecer alusivas al “mítico”
enfrentamiento entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Mítico permanece entre
comillas puesto que la historia refiere un “real” enfrentamiento entre los
seguidores de Quetzalcóatl y los de Tezcatlipoca, siendo vencedores los
segundos obligando a los vencidos a emigrar hacia otros lugares. Una historia
interesante para otro momento.
Al llegar pedimos permiso a los guardianes del lugar y ofrecimos tabaco. Luego
iniciamos la caminata en silencio hasta finalizar en la cúspide del
Tlahuizcalpantecuhtli.
Detalle del Coatepantli con relieves de felinos y serpientes, motivos asociados a Quetzalcóatl |
Desde el altar central |
Frente al edificio que forma uno de los juegos de pelota
se encuentra el tzompantli, en sí, es una plataforma donde colocaban las varas
de madera con los cráneos de los sacrificados. Al momento de las excavaciones
encontraron huesos y cráneos con evidencia de haber sido decapitados. Su
escalinata se orienta al este y al altar central. Me fue difícil mantener la
atención mientras caminábamos alrededor, mis pensamientos giraban acerca de lo
que aquellos Atlantes verían, puntualizo, lo que los toltecas de antaño
guardaban en su cosmovisión. Difícil comprender con la mirada actual.
Recordé
una leyenda. Cuentan que por las noches los espíritus de los atlantes cobran
vida. Dejan la estructura de piedra que les sirve de morada y con lentitud
descienden por la escalinata. Con su atlatl lanzan dardos incandescentes y así
avisan a las deidades que moran en los cielos, del inicio de su trabajo como
custodios de los secretos aún guardados en el lugar. Recorren el sitio sagrado
y con el cuchillo de pedernal rasgan el pecho de los noctámbulos que se atreven
a invadir la plaza; les arrancan la esencia, los dejan presos de sí mismos.
Algunos logran verlos, otros simplemente escuchan las pisadas. En cuanto se
anuncia el amanecer ascienden y se guardan en la coraza de piedra tallada y
desde ahí miran a quienes visitan el sagrado centro de Quetzalcóatl; se
alimentan con la energía de los hombres y las mujeres. A los irreverentes los
siguen en los sueños, a los respetuosos les devuelven la memoria de lo que
fueron antes de haber nacido, cuando Tollan se encontraba en su era de
esplendor, cuando no existía división ni en los corazones, ni en las
intenciones, ni en las direcciones.
Me permito reproducir un fragmento de "El Don del Águila" escrito por Carlos Castaneda:
"Querían saber qué estuve haciendo
antes de llegar. Les dije que acababa de estar en la ciudad de Tula, Hidalgo,
donde había visitado las ruinas arqueológicas. Me impresionó notablemente una
hilera de cuatro colosales figuras de piedra, con forma de columna, llamadas
"los Atlantes", que se hallaban en la parte superior plana de una
pirámide.
Cada una de estas figuras casi
cilíndricas, que miden cinco metros de altura y uno de diámetro, está compuesta
de cuatro distintas piezas de basalto talladas para representar lo que los
arqueólogos creen ser guerreros toltecas que llevan su parafernalia guerrera.
A unos siete metros detrás de cada uno de los atlantes se encuentra otra hilera
de cuatro columnas rectangulares de la misma altura y anchura de las primeras,
también hechas con cuatro piezas distintas de piedra.
El impresionante escenario de los
atlantes fue encarecido aún más para mí por lo que me contó el amigo que me
había llevado al lugar. Me dijo que un guardián de las ruinas le reveló que él
había oído, durante la noche, caminar a los atlantes, de tal forma que debajo
de ellos el suelo se sacudía.
Pedí comentarios a los Genaros.
Se mostraron tímidos y emitieron risitas. Me volví a la Gorda, que se hallaba
sentada junto a mí, y le pedí directamente su opinión.
-Yo nunca he visto esas figuras
-aseguró-. Nunca he estado en Tula. La mera idea de ir a ese pueblo me da
miedo.
-¿Por qué te da miedo,
Gorda?-pregunté.
-A mí me pasó una cosa muy rara
en las ruinas de Monte Albán, en Oaxaca -contestó-. Yo me iba mucho a andar por
esas ruinas, a pesar de que el nagual Juan Matus me dijo que no pusiera un pie
allí. No sé por qué pero me encantaba ese lugar. Cada vez que llegaba a Oaxaca
iba allí. Como a las viejas que andan solas siempre las molestan, por lo
general iba con Pablito, que es muy atrevido. Pero una vez fui con Néstor. Y él
vio un destello en el suelo. Cavamos un poco y encontramos una piedra muy
extraña que cabía en la palma de mi mano. Habían hecho un hueco bien torneado
en la piedra. Yo quería meter el dedo ahí y ponérmela como anillo, pero Néstor
no me dejó. La piedra era suave y me calentaba mucho la mano. No sabía que
hacer con ella. Néstor la puso dentro de su sombrero y la cargamos como si
fuera un animal vivo.
Todos empezaron a reír. Parecía
haber una broma oculta en lo que la Gorda me decía.
-¿A dónde la llevaste? -le
pregunté.
-La trajimos aquí, a esta casa
-respondió, y esa aseveración generó risas incontenibles en los demás. Tosieron
y se ahogaron de reír.
-La Gorda es la que pagó por el
chiste -explicó Néstor-. Tienes que verla como es, terca como una mula. El
nagual ya le había dicho que no se metiera con piedras, o con huesos, o con
cualquier cosa que encontrara enterrada en el suelo. Pero ella se escurría como
ladrón cuando él no se daba cuenta y recogía toda clase de porquerías.
"Ese día, en Oaxaca, la
Gorda se emperró en que debíamos llevarnos esa maldita piedra. Nos subimos con
ella al camión y la trajimos hasta aquí, hasta este pueblo, y luego hasta este
mismo cuarto.
-El nagual y Genaro estaban de
viaje -prosiguió la Gorda-. Me sentí muy audaz, metí el dedo en el agujero y me
di cuenta de que esa piedra había sido cortada para llevarla en la mano. Ahí
nomás empecé a sentir lo que sentía el dueño de esa piedra. Era una piedra de
poder. Me puso de mal humor. Me entró miedo. Sentía que algo horrible se
escondía en lo oscuro de la casa, algo que no tenía ni forma ni color. No podía
quedarme sola. Me despertaba pegando gritos y después de un par de días ya
nomás no pude ni dormir. Todos se turnaban para acompañarme, de día y de
noche.
-Cuando el nagual y Genaro
regresaron -dijo Néstor-, el nagual me mandó con Genaro a poner de nuevo la
piedra en el lugar exacto donde había estado enterrada. Genaro se llevó tres
días en localizar el lugar exacto. Y lo hizo.
-Y a ti, Gorda ¿qué te pasó,
después de eso? -pregunté.
-El nagual me enterró. Durante
nueve días estuve desnuda dentro de un ataúd de tierra."
Vigilantes de pasado y del presente |
Es la recapitulación una de las técnicas más poderosas con las cuales contamos en el trabajo de armonización del ser. No requerimos de nueve días en el seno de la Madre Tierra pero sí de un fuerte trabajo para limpiar la energía negativa ligada a la experiencia. Recordé a cada paso la enseñanza de don Juan y por supuesto no toque ni una sola piedrita; al finalizar la visita agradecí el poder aprender de ese lugar.
Artesanías |
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