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martes, 22 de enero de 2013

¿Qué miran los Atlantes?


Visitamos Tula de Allende como punto de partida a la búsqueda que en este momento nos ocupa. La antigua ciudad de Tollan-Xicocotitlán fundada hacia el 900 d.c., fue el centro de la cultura Tolteca y quizás el Tlahuizcalpantecuhtli sea el edificio más llamativo por los cuatro Atlantes, llamados así por la deidad Atlatona —“la que brilla en el agua”—, situados en la explanada de la cúspide. 



Los llamados Atlantes son la representación simbólica, de 4.5 metros de altura, del real guerrero tolteca y al parecer funcionaron como pilastras del techo superior del edificio. Las cuatro secciones que los forman están ensambladas a través de la técnica de caja y espiga. Las cabezas se coronan con un tocado de plumas, portan un pectoral en forma de mariposa, el atlatl, el cuchillo de pedernal y los dardos. El la parte baja de la espalda ostentan un disco con un binario serpentino y un rostro en el centro. Las dos esculturas centrales son auténticas, las laterales son réplicas de las que se encuentran en museos.

Las pilastras ubicadas detrás de cada uno de los guerreros muestran representaciones al parecer alusivas al “mítico” enfrentamiento entre Quetzalcóatl y Tezcatlipoca. Mítico permanece entre comillas puesto que la historia refiere un “real” enfrentamiento entre los seguidores de Quetzalcóatl y los de Tezcatlipoca, siendo vencedores los segundos obligando a los vencidos a emigrar hacia otros lugares. Una historia interesante para otro momento.


Al llegar pedimos permiso a los guardianes del lugar y ofrecimos tabaco. Luego iniciamos la caminata en silencio hasta finalizar en la cúspide del Tlahuizcalpantecuhtli. 


Detalle del Coatepantli con relieves
de felinos y serpientes, motivos
asociados a Quetzalcóatl

Desde el altar central

Frente al edificio que forma uno de los juegos de pelota se encuentra el tzompantli, en sí, es una plataforma donde colocaban las varas de madera con los cráneos de los sacrificados. Al momento de las excavaciones encontraron huesos y cráneos con evidencia de haber sido decapitados. Su escalinata se orienta al este y al altar central. Me fue difícil mantener la atención mientras caminábamos alrededor, mis pensamientos giraban acerca de lo que aquellos Atlantes verían, puntualizo, lo que los toltecas de antaño guardaban en su cosmovisión. Difícil comprender con la mirada actual.
Recordé una leyenda. Cuentan que por las noches los espíritus de los atlantes cobran vida. Dejan la estructura de piedra que les sirve de morada y con lentitud descienden por la escalinata. Con su atlatl lanzan dardos incandescentes y así avisan a las deidades que moran en los cielos, del inicio de su trabajo como custodios de los secretos aún guardados en el lugar. Recorren el sitio sagrado y con el cuchillo de pedernal rasgan el pecho de los noctámbulos que se atreven a invadir la plaza; les arrancan la esencia, los dejan presos de sí mismos. Algunos logran verlos, otros simplemente escuchan las pisadas. En cuanto se anuncia el amanecer ascienden y se guardan en la coraza de piedra tallada y desde ahí miran a quienes visitan el sagrado centro de Quetzalcóatl; se alimentan con la energía de los hombres y las mujeres. A los irreverentes los siguen en los sueños, a los respetuosos les devuelven la memoria de lo que fueron antes de haber nacido, cuando Tollan se encontraba en su era de esplendor, cuando no existía división ni en los corazones, ni en las intenciones, ni en las direcciones.

Me permito reproducir un fragmento de "El Don del Águila" escrito por Carlos Castaneda: 

 "Querían saber qué estuve haciendo antes de llegar. Les dije que acababa de estar en la ciudad de Tula, Hidalgo, donde había visitado las ruinas arqueológicas. Me impresionó notablemente una hilera de cuatro colosales figuras de piedra, con forma de columna, llamadas "los Atlantes", que se hallaban en la parte superior plana de una pirámide.
Cada una de estas figuras casi cilíndricas, que miden cinco metros de altura y uno de diámetro, está compuesta de cuatro distintas piezas de basalto talladas para representar lo que los arqueólogos creen ser guerreros toltecas que llevan su parafer­nalia guerrera. A unos siete metros detrás de cada uno de los atlantes se encuentra otra hilera de cuatro columnas rectangu­lares de la misma altura y anchura de las primeras, también he­chas con cuatro piezas distintas de piedra.
El impresionante escenario de los atlantes fue encarecido aún más para mí por lo que me contó el amigo que me había llevado al lugar. Me dijo que un guardián de las ruinas le reve­ló que él había oído, durante la noche, caminar a los atlantes, de tal forma que debajo de ellos el suelo se sacudía.
Pedí comentarios a los Genaros. Se mostraron tímidos y emitieron risitas. Me volví a la Gorda, que se hallaba sentada junto a mí, y le pedí directamente su opinión.

-Yo nunca he visto esas figuras -aseguró-. Nunca he esta­do en Tula. La mera idea de ir a ese pueblo me da miedo.
-¿Por qué te da miedo, Gorda?-pregunté.
-A mí me pasó una cosa muy rara en las ruinas de Monte Albán, en Oaxaca -contestó-. Yo me iba mucho a andar por esas ruinas, a pesar de que el nagual Juan Matus me dijo que no pusiera un pie allí. No sé por qué pero me encantaba ese lugar. Cada vez que llegaba a Oaxaca iba allí. Como a las viejas que andan solas siempre las molestan, por lo general iba con Pablito, que es muy atrevido. Pero una vez fui con Néstor. Y él vio un destello en el suelo. Cavamos un poco y encontramos una pie­dra muy extraña que cabía en la palma de mi mano. Habían hecho un hueco bien torneado en la piedra. Yo quería meter el dedo ahí y ponérmela como anillo, pero Néstor no me dejó. La piedra era suave y me calentaba mucho la mano. No sabía que hacer con ella. Néstor la puso dentro de su sombrero y la cargamos como si fuera un animal vivo.
Todos empezaron a reír. Parecía haber una broma oculta en lo que la Gorda me decía.
-¿A dónde la llevaste? -le pregunté.
-La trajimos aquí, a esta casa -respondió, y esa aseveración generó risas incontenibles en los demás. Tosieron y se ahoga­ron de reír.
-La Gorda es la que pagó por el chiste -explicó Néstor-. Tienes que verla como es, terca como una mula. El nagual ya le había dicho que no se metiera con piedras, o con huesos, o con cualquier cosa que encontrara enterrada en el suelo. Pero ella se escurría como ladrón cuando él no se daba cuenta y re­cogía toda clase de porquerías.
"Ese día, en Oaxaca, la Gorda se emperró en que debíamos llevarnos esa maldita piedra. Nos subimos con ella al camión y la trajimos hasta aquí, hasta este pueblo, y luego hasta este mismo cuarto.
-El nagual y Genaro estaban de viaje -prosiguió la Gorda-. Me sentí muy audaz, metí el dedo en el agujero y me di cuenta de que esa piedra había sido cortada para llevarla en la mano. Ahí nomás empecé a sentir lo que sentía el dueño de esa piedra. Era una piedra de poder. Me puso de mal humor. Me entró mie­do. Sentía que algo horrible se escondía en lo oscuro de la casa, algo que no tenía ni forma ni color. No podía quedarme sola. Me despertaba pegando gritos y después de un par de días ya nomás no pude ni dormir. Todos se turnaban para acompañar­me, de día y de noche.
-Cuando el nagual y Genaro regresaron -dijo Néstor-, el nagual me mandó con Genaro a poner de nuevo la piedra en el lugar exacto donde había estado enterrada. Genaro se llevó tres días en localizar el lugar exacto. Y lo hizo.
-Y a ti, Gorda ¿qué te pasó, después de eso? -pregunté.
-El nagual me enterró. Durante nueve días estuve desnuda dentro de un ataúd de tierra."


Vigilantes de pasado y del presente
Es la recapitulación una de las técnicas más poderosas con las cuales contamos en el trabajo de armonización del ser. No requerimos de nueve días en el seno de la Madre Tierra pero sí de un fuerte trabajo para limpiar la energía negativa ligada a la experiencia. Recordé a cada paso la enseñanza de don Juan y por supuesto no toque ni una sola piedrita; al finalizar la visita agradecí el poder aprender de ese lugar.


Artesanías

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