El Paseo de la Emperatriz ha sufrido transformaciones desde que el segundo emperador de México, Maximiliano, dispuso la traza de una avenida que conectara el castillo de Chapultepec, en donde residía, con el edificio de gobierno en el centro de la ciudad, con mayor detalle, en el zócalo. Transitaría a diario en su hermoso carruaje, tirado por cuatro briosos corceles, a través de las arboledas, y admirando los camellones, glorietas y esculturas de una avenida que le recordaba a París; además de satisfacer a su amada Carlota. (Si no en la intimidad, al menos en lo externo) Lo puse entre paréntesis y letras pequeñas para quien no quiera leerlo pueda saltarlo.
Lo digo con un poco de sarcasmo y con un mucho de nostalgia puesto que prefiero conservar la imagen aquella del romántico y devoto amor del archiduque hacia su bella y frágil emperatriz; la imagen que me vendieron mientras estudiaba la secundaria. Después de todo siempre me han cautivado los cuentos de príncipes y doncellas, o viceversa, da igual. Imaginar que en un suspiro se puede acceder al trono de un reino como el de México… Divago… El caso es que el enamorado Habsburgo decidió transformar la capital de su imperio en la más bella del mundo conocido. Olvido voluntariamente los verdaderos motivos de Maximiliano, para no matar lo novelesco de mi paseo.
"La Estela de Luz" Monumento para conmemorar el centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia |
La Torre Mayor 225 mts. de altura, el rascacielos más alto de América Latina |
Imposible dejar a un lado cómo fue que llegó Maximiliano al poder, a pesar del esfuerzo de don Benito Juárez y del general Ignacio Zaragoza. El general y sus tropas liberales vencieron al ejército de Napoleón III, el más poderoso del mundo en ese momento, el 5 de mayo de 1862, en la heroica ciudad de Puebla —uff, me agoto al recordarlo e intentar resumir un hecho que no debíamos olvidar—. A pesar de esa victoria, nuestro apreciado archiduque llegó al poder apoyado por los conservadores y el clero, luego del terrible sitio a la ciudad de Puebla y avanzar las tropas francesas sobre la capital, en 1863.
La historia de amor entre Maximiliano y México; entre Carlota y el archiduque; entre los conservadores y el poder, finalizó antes de lo que todos esperaban y se restauró la república. El pañuelo bordado y níveo flotó por unos segundos frente al rostro de la atribulada Carlota, al saber que su archiduque había sido ejecutado; hay quienes aseguran que al recibir la noticia se rompió el último hilo de cordura en la mente de la bella emperatriz. No estoy tan segura, pero mi opinión sólo cabe dentro de una novela y no está en mis planes escribir acerca de Carlota.
Con los cambios administrativos y puestos cada uno en su lugar, el Paseo de la Emperatriz se llamó Paseo de la Reforma. La modernidad pretendida por el imperio continuó con la modernidad procurada por el general Porfirio Díaz y pronto, palacios y palacetes de estilo afrancesado, ocuparon ambos lados del Paseo de la Reforma. Aún podemos admirar algunos de ellos, pocos, quizás muy pocos puesto que la Revolución y la evolución de la sociedad acabó con la mayoría. Ahora admiramos edificios increíbles con cimentación “flotante” que los mantiene en pie, a pesar de que la tierra retumbe. Hay otros menos agraciados, herencias de los años 60´s y 70´s, y otros más ochenteros de los que mejor ni opino.
Mientras me acercaba al emblemático monumento, me fue imposible evitar las memorias de lo ocurrido en ese 1985, el gran terremoto, la gran catástrofe y el profundo dolor que sufrimos los mexicanos.
Nuestra hermosa Diana Cazadora |
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