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miércoles, 10 de octubre de 2012

Un árbol, una historia

Desde el Molino de Eugenia en Peñamellera Baja, en Asturias (España),  nos unimos a la tarea del Bosque de Águilas en el despertar, en Contla (México). Aquí se plantaron una docena de magníficas arizónicas y allá, dentro de las actividades del campamento infantil, más de cien entre piñones, cedros blancos, ocotes y fresnos. 
En todas las tradiciones encontramos al árbol como un ser protagónico o testigo de sucesos importantes para la humanidad. Basta con citar el manzano tentación que cambió el destino de don Adán y su amada doña Eva. Saltándome las añejas discusiones teológicas, es claro que de no haber existido ese árbol en ese punto de la geografía del paraíso, ni hombre ni mujer hubiesen pecado, o visto desde otra ventana, la metáfora del árbol fue el mejor recurso literario encontrado por el erudito redactor del Génesis. El árbol, desde entonces, se convierte en un elemento con especiales atribuciones más allá de las evidentes, en todas las culturas.
Es claro que los árboles son a la tierra lo que una suave y protectora manta es para un cuerpo desnudo. Ese magnífico ropaje terrestre de tonalidades verdes, rojizas y ocres, además, oxigenan y cobijan a millones de millones de seres terrícolas. 
Sin necesidad de nosotros se reproducen y crecen, pero por nuestra causa miles de millones mueren inútilmente desnudando la tierra. También considero oportuno saltarme el discurso de las funestas consecuencias por la tala irresponsable y regreso a la enorme importancia que el árbol y su colectivo tienen tanto para los habitantes de esta región de Peñamellera Baja, como para los moradores en el Bosque de Águilas.

Aquí, en la antesala de los Picos de Europa, las montañas se cubren con bosques de coníferas, eucaliptos, avellanos y castaños (y muchos otros árboles cuyos nombres desconozco), en Bosque de Águilas, en las faldas de la imponente Iztaccíhuatl imperan los cedros, madroños, encinos, ocotes y tepozanes. Para nosotros, cada uno de los árboles es sagrado, cada uno de ellos podría ser el protagonista de un nuevo génesis de luz y esperanza para la humanidad, por esa razón enseñamos a los niños a respetarlos, a quererlos; por eso mismo nos damos a la tarea de reforestar como agradecimiento a nuestra Madre Tierra.
A los niños se les explica la importancia vital que tienen los árboles dentro del ecosistema, además de  enfatizar las bondades que de ellos recibimos. A los adultos les compartimos las enseñanzas recibidas bajo la sombra de los diferentes árboles sagrados. 

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